(Nota: F.I.R.E. es el acrónimo en inglés de "Independencia Financiera, Jubilación Anticipada", un movimiento muy real y lleno de blogs y podcasts).
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Imagina un mundo sin jefes, sin reuniones a las 8 AM y sin tener que fingir que te importa la última actualización de la política de la empresa. Suena a utopía, ¿verdad? Adéntrate en la historia de Lucas, un hombre que lo logró: siguió el sagrado evangelio del F.I.R.E. al pie de la letra. Vivió de garbanzos, canceló Netflix y se jubiló a los 38 años. Lo que descubrió en el paraíso terrenal de su apartamento, sin embargo, no era exactamente lo que había soñado. Una narración sarcástica y mordaz sobre la búsqueda de la felicidad... y el abismo existencial que acecha cuando la encuentras.
La Historia: El Rey de la Colina de Garbanzos
Había una vez, en un reino gris de torres de oficinas y cafeteras de cápsulas, un caballero llamado Lucas. Lucas no luchaba contra dragones; su enemigo era el reloj despertador, su espada una hoja de cálculo de Excel y su dragón particular un jefe que creía que "sinergia" era una palabra profunda.
Un día, Lucas, hastiado de vender trozos de su vida a cambio de una moneda de oro que se gastaba en reparar el coche que usaba para ir a vender trozos de su vida, descubrió el Grial: el movimiento F.I.R.E. Era simple, como todas las cosas que prometen solucionar tu existencia. Gana mucho, gasta poco, invierte el resto y, voilà, escápate de la rueda de hámster antes de que tus rodillas empiecen a hacer ruidos extraños.
Así que Lucas se embarcó en una épica cruzada de austeridad que haría llorar a un monje cisterciense. Su lema era: "¿Esto me da alegría? No, entonces no lo compro". Su dieta se basaba en legumbres y ofertas del supermercado. Su entretenimiento era caminar por el parque (gratis) y ver memes en internet (usando el wifi del vecino, al que llamaba cariñosamente "Señal Buena Onda"). Vivió como un estudiante universitario con amnesia durante una década, pero con un colchón bancario que crecía más rápido que la hierba mala.
Y llegó el gran día. A los 38 años, Lucas envió su carta de dimisión. No fue dramática; fue un email de tres líneas que escribió en pijama. Su jefe respondió: "¿Seguro? ¿Has pensado en nuestra promoción de 'empleado del mes'?". Lucas cerró la laptop. Era libre.
La primera semana fue gloriosa. Durmió hasta las 11, desayunó torrijas un martes y se rió de todos los pobres mortales atrapados en el tráfico. Era el rey de su apartamento de 60 metros cuadrados. La hamaca en la terraza era su trono.
La segunda semana, notó que las torrijas empezaban a saber a... culpa. El silencio de su apartamento era ensordecedor. Sus amigos estaban ocupados, ustedes saben, trabajando. Intentó hobbies. Aprendió a tejer una bufanda (le salió con forma de trampa para lobos). Intentó escribir una novela (el personaje principal era un tipo aburrido que se jubilaba joven y no sabía qué hacer). Empezó a tener conversaciones profundas con su planta, Susana, sobre la naturaleza efímera de la existencia. Susana se estaba poniendo mustia.
El paraíso, descubrió Lucas, era en realidad un campo de minas existencial. Había pasado tanto tiempo obsesionado con escapar de la vida, que se había olvidado de diseñar una a la que quisiera escapar. La libertad, sin un propósito, es solo un vacío muy bien financiado.
Un día, en un acto de desesperación, abrió su vieja hoja de cálculo. No para calcular su rentabilidad, sino para hacer una lista. "Cosas que me gustan hacer (que no sean ahorrar dinero)". La lista tenía dos ítems: 1) Comer torrijas. 2) ... (en proceso).
Al final, nuestro héroe no encontró la felicidad eterna en la jubilación anticipada. La encontró, irónicamente, cuando empezó a ayudar a otros ansiosos millennials a gestionar sus finanzas, no para escapar, sino para construir una vida que no les dieran ganas de escapar de ella. Montó un pequeño consultorio online. No ganaba mucho, pero era suyo. Y, lo más importante, le permitía comprar miel de maple de la buena para sus torrijas.
Moraleja: Cuidado con lo que deseas. Puede que lo consigas, y luego te des cuenta de que lo único que sabes hacer es desear, no vivir. La verdadera independencia financiera no es dejar de trabajar; es tener el lujo de decidir en qué gastas tu tiempo, tu energía y, sí, también tu dinero. Incluso si es en torrijas un martes.
Fin. (O más bien, un nuevo y sarcástico comienzo).
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